viernes, 1 de marzo de 2013


Así se vive entre gabarras

Fotografías: M. Zambrano / Agencias
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Lago adentro el hierro y la carne se rozan constantemente. Los trabajadores petroleros son como hormigas que entre ventarrones, marullos y mucho humor sobrellevan las cargas de un trabajo pesado. Todos tienen sobrenombres. La faena en gabarras exige días enteros de desprendimiento familiar que entristece el alma. Conozca a través del relato del supervisor, Wilmer Delgado, apodado “Superman”, la camaradería que nace en medio del agotador “siete por siete”.

“Cuando los obreros o ingenieros vienen por primera vez en las lanchas para llegar a las gabarras, le dan dos vueltas al asiento con los brazos. Vienen asustados, nerviosos. Es que aquí el trabajo no es fácil. Si te descuidas, lo menos que te arrancas es un dedo. La labor está repleta de peligros porque el hierro y la carne humana se encuentran en constante cercanía y movimiento. Quien llega acá debe acostumbrarse a la convivencia. La gabarra será tu casa por una semana entera”.
Así desnuda su oficio Wilmer Delgado, Lago adentro, en una jornada de siete días de acción. Su relato supera a la ficción de cualquier súperheroe. Él supervisa durante las 24 horas del día la gabarra Maersk 61. Conoce al dedillo el trabajo aguas adentro, lo que allí se vive y se sufre. Ha sido parte de su cotidianidad por 20 años, de los 32 que suma en la industria petrolera.
Este superman —como apodan a Wilmer— encuentra en la gabarra otro hogar. La barcaza que sirve para rehabilitar y perforar pozos petroleros —que abundan en los 13.820 kilómetros cuadrados de l lago— recoge las más insólitas experiencias de lo que él ha visto en campo desde que comenzó como limpiador, también hizo de obrero de taladro, encuellador, perforador ayudante, hasta llegar a convertirse en supervisor.
“Más allá de la extracción de crudo en medio de ventarrones, marullos, peligros, preferimos que el buen humor sea la premisa para convivir en esta casa flotante llena de camarotes, con literas, un área de cocina y comedor, salas sanitarias, oficinas, sala de recreación y descanso. De esto disfrutamos aquí entre 50 y 60 trabajadores, cada uno con una clara competencia por una semana entera (perforador, encuellador, aceitero, mecánico, electricista, capitán, marino, camareros, operadores de las compañías de servicios, supervisores, entre otros)”.
La gabarra, continúa, siempre es imponente a la distancia, se erige además como una columna vertical tejida con hierro puro, relleno como una dona, pero de tubos adentro. Sus amigos y familiares poco entienden de su labor cuando en las reuniones cita los nombres de las áreas de trabajo: la cabria, sala de motores, tanques de almacenamiento de carga y descarga, sala de fluidos, planchada (donde se acomodan los materiales), cabina del perforador, zarandas (para procesar los fluidos provenientes del pozo), manifold (donde están todas las válvulas, sala de bombas de succión y descarga); también cuentan con una grúa para equipos pesados, y hasta un helipuerto para solventar emergencias del personal a bordo.
“Llegar hasta acá no es sencillo. La gabarra más cercana queda a media hora de viaje, aproximadamente, en lanchas. La más lejana queda a cinco horas, en el centro sur del Lago. ¡Una travesía!”, suelta Wilmer.
El tiempo de viaje agota a estos hombres fornidos, con cascos puestos, salvavidas de color naranja intenso, una maleta al costado con provisión. Casi todos con una arruga en el entrecejo que le agradecen entrecomillas al sol. La mayoría tiene la piel tostada, con grietas, y a algunos se les distinguen raíces de cabellos como de león africano. A ellos, hasta el viento les ha pasado factura y sigue haciéndolo en mediode las faenas. No hacen crisis de ello.
“Sin duda, el humor es un excelente liberador del estrés. Por eso aquí casi nadie se conoce por su nombre verdadero. Cuando viene una persona diferente en la lancha para instalarse en la gabarra, lo primero que hacemos es conversar. Todo el mundo se está fijando cómo habla, de qué habla, cómo es físicamente, cómo camina. De esa observación nacerá el apodo. Por ejemplo, a mí me pusieron ‘Superman’ porque yo usaba lentes y era fuerte. ¡No porque uso los interiores por fuera! Conmigo trabaja la “Cochina Blanca” porque es un hombre alto, blanco y gordo, la “Cochina Negra”, porque es igual, pero negro. Y hay dos obreros que los pusimos “Maza Zavala” y “Ministro Giordani”. Nos dimos cuenta que ambos desde que se instalan empiezan a sacar cuentas de su quincena y llaman a cada rato a sus mujeres para darles indicaciones de lo que deben hacer en el banco. ¡Se fregaron!”, dice Wilmer con mucha picardía y se ríe.
Al llegar a ese hogar provisional, cada trabajador, maleta en mano, se ubicará en una de las literas distribuidas en los camarotes —14 en promedio, dependiendo del tamano de la barcaza—. Las llaman “camas calientes”, porque apenas se ha retirado un obrero, cuando llega el reemplazo voltea el colchón. Éste sacará de su casillero o su maleta el nuevo tendido de cama, para ponérselo y alistarlo como su espacio, quedando formalmente instalada la cuadrilla petrolera en pleno Lago”.
Una vez allí, narra Wilmer: “Recién llegando, hay que cambiarse la ropa y ponerse a trabajar, evitando dejar zapatos o sandalias volteadas. Eso es pavosísimo. Tenemos la creencia de que cosas malas ocurren si encuentras sandalias así, o herramientas volteadas. ¡Peor aún es que llegue una mujer! Eso es lo más pavoso en el Lago. Pero como ahora se le está dando trabajo a las mujeres en las gabarras, pasa una de dos cosas: o nos acostumbramos a ellas en el terreno laboral, o vivimos empavaos. ¡Y nos hemos acostumbrado! Cuando llegan se sienten incómodas al principio. Ir al baño les cuesta, pero entre la camaradería se relajan. A los dos días de convivencia ya están jugando barajas con nosotros en los ratos libres, viendo películas en la sala de recreación y contando los pesares con sus maridos o novios.
Generalmente, suben a hacer trabajos como camareras o cocineras. También suben las ingenieras que hay que entrenar en faena, las pasantes y las que supervisan trabajo”, cuenta.
Pero la llegada de las mujeres a un trabajo que tradicionalmente estaba hecho por hombres, no solo despertó el celo masculino, sino también la oportunidad de Cupido de asestar sus flechazos. Y, por supuesto, será algo que no pasará desapercibido entre compañeros.
Así fue notorio el enamoramiento de un obrero de 52 años cuando vio a una muchacha que comenzó a subir con frecuencia. Su incontinencia emocional despertó el verbo gracioso del resto de los trabajadores quienes lo bautizaron con un apodo implacable: “Pocaterra”, ese temible atacante de jovencitas que azotó al Zulia en 2006.
“Me tocó amonestarlo para que la dejara tranquila en la gabarra. Él repetía: ‘Ajá, ¿y qué hago? ¡Me enamoré! ¡Eso es todo! ¿Me van a regañar por eso?’ Entonces le expliqué que allí se iba a trabajar, y era peligroso para la cuadrilla un descuido por estar fijándose en la muchacha. No faltó la mamadera de gallo después. Y como todas las comunicaciones internas se dan por parlante, los trabajadores buscaron por internet la canción de Simón Díaz, Caballo Viejo. Se la pusieron a todo volumen en el parlante. Eso fue un bochinche. Todo el mundo se desestresó entre el afán de completar el pozo”, agrega.
Difícilmente hay secretos entre tantos cuerpos confinados en espacios reducidos para comer, dormir, ir al baño y trabajar. Por eso, todo se sabe en medio del golpeteo del hierro que intenta adentrarse al fondo del Lago para sacar petróleo, el implacable marullo marabino, la brisa fuerte que no consigue obstáculos, las bombas de succión encendidas todo el día, las caídas constantes de tubos en seco, y el gruñido de los metales en agite.
“Aquí no hay secretos. Oyes a tus compañeros hablar por teléfono, aunque susurren. Los verás peleando con sus mujeres porque les están sacando dinero de las tarjetas y no pueden hacer nada en medio del Lago. Los vas a escuchar enamorando a otras. Los oirás extrañando su gente, girando instrucciones. Aquí, cuando se escucha a un trabajador hablándole en voz baja a su mujer, salta el regaño: ‘ ¡Ve que a ellas se les habla duro! Para que sepan quién es el que manda. ¡Te van a fregar si seguís así!”, le advierten.
Y es que los temas de conversación en la gabarra giran en torno a dos cosas: mujeres y dinero, sin faltar las burlas constantes entre ellos.
Los cañaderos, joviteros, andinos, falconianos, pero en resumen muchos zulianos abundan en estas lides. Cada uno ha sacrificado su vida familiar para cumplir las jornadas extendidas. Por eso a Wilmer, horas antes, su esposa Elizabeth de Delgado —docente que también labora en la industria petrolera—, y sus hijos Jatniel —estudiante de derecho— y Doriana —cursante del segundo año de bachillerato—, lo despidieron entre un mar de lágrimas y caricias porque les duele su ausencia.
“Mi esposo es consejero de los trabajadores, como el maestro de los ingenieros novatos, como la hormiguita que resuelve entre los agites de sacar petróleo. Quizá se ha perdido algunos momentos especiales en familia, como los otros. Pero a él lo recompensamos cuando baja de la gabarra y podemos disfrutar juntos siete días en casa. Llega hablando duro, recio. Aquí le bajamos el tono”, agrega Elizabeth.
Wilmer y sus compañeros obreros cumplen la asignación sin saber de cuentas, como lo hicieron hace décadas trabajadores como “Pata e’ cota”, ya muerto, o “El colombiano”, todavía rozagante a sus 82 años. Hasta el mismísimo gaitero Bernardo Bracho, amigo de ambos , fue parte de esas historias antes de que se retirara de la empresa para darle rienda suelta a su otra pasión: las gaitas, de las que muchas letras están inspiradas en esta actividad.
Una jornada dura, que por lo general incluye una guardia de día para la que deben levantarse a las 4:00 de la madrugada (algunos para orar, luego para desayunar y alistarse). La faena arranca a las 6:00 de la mañana y se extiende hasta las 6:00 de la tarde, con las pausas para comer, y darle paso al relevo de la guardia que inicia la labor desde las 6:00 de la tarde hasta las 6:00 de la mañana. Por supuesto, hay un cerebro que evalúa todo.
Es Pdvsa, el que le presentó al país su informe de gestión anual en 2011 donde se esboza a detalle el resultado de estas hormigas jocosas. “La producción por día en la cuenca Maracaibo-Falcón es de 806 mil barriles de petróleo.Se realizó el reemplazo de 287,5 kilómetros de líneas de flujo y gas con tubería flexible, para disminuir la cesta de pozos inactivos categoría 2 (274 pozos) en el Lago”.
“Así mismo se reemplazaron 4,7 kilómetros de oleoductos de 10, 16 y 24 pulgadas, se hizo tendido de 3,8 kilómetros de línea en la División Lago, se sustituyó el cable de alimentación eléctrico en 56 pozos con bombas electrosumergibles, bombas de capacidad progresiva y equipos de bombeo mecánico, obteniendo excelentes resultados en la unidad de producción Rosa mediano. Por otra parte, se logró el avance del 77% en la construcción de la planta de producción de petróleo disperso atomizable en el campo Lagunillas”, dice el informe.

Para llegar a esas cuentas, estos artesanos sobrellevaron las tormentas eléctricas, las explosiones por centellas en plantas y pozos, el olor a carburante, se vistieron de barro fresco, pasaron Navidad solos, lloraron en la intimidad del camarote recordando a su familia lejos, sobrellevaron las fricciones que a veces afloran, sobrepusieron su ánimo tras ver sus compañeros caer al agua, otros lisiados, y otros muertos quienes durante la agonía alcanzaron gritarles: “¡Mis hijos!”, seguido de un llanto amargo. Todavía retumba ese grito en los oídos de Wilmer cuando auxilió a un amigo suyo tras caerle un bloque en la mitad del cuerpo y le quedaron sus piernas en las manos cuando lo montaba en un helicóptero antes de morir desangrado. Miles de historias que la gabarra guarda Lago adentro.









PUBLICADO POR: MAZZOCCA PABLO

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